Día internacional de las chucherías



A diferencia de lo que ocurre, hay que prohibir a los niños que se acerquen a estos antros. Mientras que los adultos deben atiborrarse durante toda la jornada sin comer otra cosa y, así, comprobar al día siguiente sus maléficos efectos en el organismo.

1 comentario:

Antero dijo...

Otros prefieren los cementerios, yo, cuando llego forastero a un pueblo, suelo visitar sus quiosquillos o tiendas de chuches. Las chuches en sí poco varían de un sitio a otro, pero al venderse sueltas, al no venir embasadas y etiquetadas, cada centímetro cuadrado de este país las llama a su manera. A veces, si le caigo por el buen sitio al dueño del garito y hay conversación, me empacho de nombres que anoto como pepitas de oro. Qué desparrame de imaginación. Qué lengua tan a sus anchas, en batín, dueña de su casa. Con su permiso rescato algunas:

moñiguitos (con forma de caca)
guantazos o aleluyas (con forma de hostia)
yuyus (con forma de calavera)
colesteroles (con forma de huevos fritos)
dormitorios (con forma de ataúdes)
nadies (con forma de rosco o cero),
tremendos (chicles enormes que no te caben en la boca)
tremendillos (la versión pequeña de los tremendos)
sopitas (con forma de dentadura postiza)
paugasoles (unos palitroques muy largos)
domingos (porque están rellenos, son los más caros, y los niños solo los compran los domingos)
callaos (porque están muy duros y hay que concentrarse en chuparlos y chuparlos)
regalaos o “patís” (porque aunque baratos no están muy sabrosos, y nunca viene mal comprar un par por si alguien te pide una chuche)
los “paqué” (sin azúcar)

Corto que agobio. O empalago. Aunque ahí va la última que me contó un gaditano sobre cómo llaman en su pueblo a los Ferreros Rochés (no son chuches pero casi): las albóndigas de la Preysler.

Un dulce abrazo de un diabético.